Nuestra historia

Budapest es una ciudad muy europea y a la vez muy global. Esta paradoja se debe a su interesante historia, a la diversidad de sus habitantes y a las constantes mezclas culturales.

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Budapest es una ciudad muy europea y a la vez muy global. Esta paradoja se debe a su interesante historia, a la diversidad de sus habitantes y a las constantes mezclas culturales.

Su historia se remonta a la antigüedad: En Óbuda aún se conservan las ruinas del anfiteatro, de los baños y de las casas de la antigua ciudad romana de Aquincum. Aunque las tribus de los hunos, los germanos, los avares y los eslavos que siguieron a los romanos no dejaron restos visibles, el nombre de Pest todavía nos recuerda a las tribus eslavas.

Los primeros y tormentosos siglos de la Edad Media finalizaron con la conquista de Hungría (siglo IX), momento en el que se fundó el estado en el que los reyes de la casa Arpad consolidaron el asentamiento de los húngaros de la zona. Este hito se alcanzó tras numerosas disputas externas e internas, guerras y rebeliones paganas. Al día de hoy, una estatua monumental situada en la zona montañosa de la colina de Gellért recuerda aquellos acontecimientos, y lleva el nombre del obispo cristiano que murió como un mártir. El propio castillo de Buda se construyó tras la destrucción causada por la invasión de los tártaros (1241-1242), y Buda (es decir, Pest y Óbuda) poco a poco se convirtió en el centro del Reino de Hungría, bajo el reinado de los últimos monarcas Arpad, y después de los Anjou y de Segismundo de Luxemburgo. Floreció en el siglo XV, particularmente en los tiempos de Mátyás Hunyadi, quien convirtió a Buda en la capital de una gran potencia regional.

No obstante, tras la conquista otomana (1541) Buda dio un giro hacia el Este que duró un siglo y medio; los camellos campaban por sus calles y desde los minaretes se llamaba a los musulmanes a rezar. En los asentamientos, ya de por sí multiétnicos (germanos, húngaros, judíos etc.), se estableció un gran número de eslavos del sur, y tras la expulsión de los turcos, los germanos, los eslovacos y algunos colonos del imperio de los Habsburgo enriquecieron esa variedad. El otro legado de la época turca fue el desarrollo de una cultura de baños, que hoy conforma uno de los principales atractivos de Budapest.

Tras el desarrollo vivido en el siglo XVIII y los movimientos de las décadas siguientes, que culminaron con la revolución de 1848-49, la nueva era dorada llegó de la mano de la Monarquía austrohúngara (1867-1918). Cuando las tres ciudades (Buda, Pest y Óbuda) se unificaron en 1873 y crearon Budapest, los habitantes húngaros de la ciudad también mezclaron las culturas, los hábitos y los sabores de los numerosos grupos que residían allí. Esta unión aún se deja sentir en el carácter de Budapest. La velocidad a la que creció la ciudad, también conocida como la Reina del Danubio, solo se vio alterada por las dos guerras mundiales, especialmente debido a las tragedias de la Segunda Guerra Mundial (el holocausto y el asedio de Berlín). La segunda mitad del siglo XX también comenzó con un levantamiento fallido (de hecho, la Guerra de la Independencia de 1956 situó durante unos días a Budapest en el mapamundi), pero después la ciudad siguió creciendo de forma pacífica. Las primeras décadas tras el fin de la dictadura comunista (1989-1990) sin duda pueden considerarse la época dorada de Budapest.

Como consecuencia de los acontecimientos históricos descritos brevemente aquí, se logró esa familiaridad única que se respira en otras grandes ciudades europeas, a la que en este caso se unen los singulares sabores de Budapest. Por ejemplo, echemos un vistazo a su patrimonio arquitectónico: aunque los pueblos de la Europa medieval prevalecen solo en los nombres de algunas calles del distrito del castillo y de determinadas iglesias antiguas, el majestuoso edificio del Parlamento (construido en el cambio de siglo), las grandes avenidas de Pest, el esplendor de la plaza de los Héroes y los pintorescos rincones de la ciudad cautivan a los visitantes. Junto a los vestigios de una arquitectura ecléctica e histórica, mansiones y edificios públicos decorados, las obras maestras de la secesión húngara, las exóticas sinagogas y los numerosos edificios modernos, modernistas y socialistas del siglo XX dejan entrever los aires de los últimos siglos (y dejan a un lado las esquirlas de la guerra, aún visibles en algunos puntos).

Una variedad que se puede apreciar también en el arte culinario y en la vida cultural de Budapest. Los restaurantes, las cafeterías y los puestos callejeros de Budapest ofrecen de todo: desde platos tradicionales, como la sopa de pescado húngara, las salchichas y otros platos exquisitos, acompañados por vinos locales, hasta exquisiteces de Transilvania, las famosas strapačky eslovacas, Wiener schnitzel (filete empanizado), cervezas alemanas y checas, y pan judío, pasando por múltiples manjares de la gastronomía internacional, tanto tradicional como moderna. El bullicio de las ferias de la Edad Media fue sustituido por el ajetreo de los mercados, pero el número no ha disminuido; y a pesar de que los barrios de Taban y Óbuda han desaparecido, su esencia prevalece en muchos rincones de Budapest, sobre todo en el antiguo barrio judío, hoy conocido por sus bares en ruinas y conocido como el barrio de la fiesta nocturna. La animada vida de las cafeterías del siglo XIX y el ambiente de la época de la monarquía austrohúngara y de finales de siglo, aclamado con nostalgia, se unen hoy al bullicio de las plazas y cafeterías de Budapest, así como a su vitalidad cultural. Esta multifacética ciudad no solo alberga un gran número de eventos culturales, museos, galerías, festivales y conciertos, sino que forma parte fundamental de todos ellos.

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